martes, 10 de enero de 2012

El campo de piojobol

Un día, Matías notó que le picaba bastante la cabeza. Se la rascó enérgicamente y descubrió que tenía piojos.
-¡Atiza! ¡Piojos! -Y añadió: pios quiero un pioco, piastante, piuchísimo, pioquísimo, piabsolutamente nada...
Matías no lo sabía, pero esta frase dicha por él al azar, era una frase mágica. Gracias a ella, los piojos no sólo son capaces de hablar, sino que se vuelven domésticos, fieles y obedientes.
Matías se arrancó unos cuantos pelos y dio la bienvenida a los piojos. Luego pintó a unos de rojo y a otros de amarillo y organizó un torneo de piojobol. Al llegar la noche, recogió a sus nuevos amigos en una caja de fósforos y con un mechón de pelo les acondicionó una mullida cama.
-Si os ve mi madre, estáis perdidos ¿Queréis algo de azúcar en polvo?
-Nunca antes de dormir. Es por lo de la caries dental -respondieron los piojos, que cuidaban mucho su propia salud-. ¡Buenas noches Matías!
Cuando sus padres volvieron de trabajar aquel día, Matías estaba espabilado y de bastante buen humor. Hasta se permitió hacer cosquillas a su madre.
-Estate quieto, Matías. Estamos cansados.
-Ah, ya. ¿Habéis tenido un empiojamiento en la autopista?
Se dice embotellamiento, Matías -rectificó su padre.
-Ya lo sé -dijo Matías, y fue a troncharse de risa bajo las sábanas.

1 comentario:

  1. "Pios quiero un pioco, piastante, piuchísimo, pioquísimo, piabsolutamente nada..."

    He recordado esto durante toda mi vida :D

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